UTZEL Y SU HIJA LA MISERIA - ISAAC BASHEVIS SINGER
Utzel Y Su Hija La Miseria
Utzel era un hombre pobre, muy pobre.
Las paredes criaban moho y el suelo se lo comía la humedad. Hubo un tiempo en que habían muchas ratas, pero ya no quedaba ni una... ¡Las pobres no tenían qué comer! También la mujer de Utzel se había muerto de hambre, pero antes de morirse, había dado a luz a un hermosísimo bebé. Utzel bautizó a la niña con el nombre de Miseria.
-Hay gente con suerte... tienen tanto dinero que no les hace falta trabajar... yo estoy dejado de la mano de Dios. Utzel era un hombre de pequeña estatura. Su hija, en cambio, era gigantesca. A los quince años tenía que inclinarse para pasar por la puerta. Sus pies eran del tamaño de un hombre. Los vecinos decían que la estatura de Miseria estaba en proporción inversa a la pereza del padre. ¡Cuánto menos trabaja Utzel, más crecía la Miseria!
Y era pobre porque era muy vago, tremendamente vago.
Si alguien le ofrecía trabajo, él siempre contestaba lo mismo:
-Hoy no... ¡Déjalo para mañana!
-¿Y por qué no hoy? -le preguntaban.
-¿Y por qué no mañana? -contestaba,
Utzel vivía en una cabaña que había construido su abuelo. La techumbre de paja tenía la virtud de dejar entrar el agua, a través de innumerables goteras, y de no dejar salir el humo de la chimenea.
A Utzel lo que más le gustaba era dormir. Solía acostarse muy pronto, y su lugar favorito era en el corral con las gallinas. Al despertarse por la mañana, siempre se quejaba de que tenía mucho sueño... tanto, que se volvía a dormir. Las raras veces en que no dormía, se tumbaba en el sofá y se dedicaba a quejarse de la vida, entre bostezo y bostezo:
Utzel era un hombre huraño, celoso de todo el mundo. Tan envidioso era, que envidiaba a los mismos animales, a los gatos, a los perros, a los conejos y a todas aquellas criaturas que no tenían que trabajar para ganarse la vida. Utzel odiaba a todo el mundo... excepto a su hija, la Miseria. Soñaba que, algún día, llegaría un hombre rico de algún lugar lejano, se prendaría de su hija, se casaría con ella... ¡y mantendría a su suegro! Pero la verdad es que no había nadie en el pueblo que hiciera el menor caso a la muchacha. Su padre decía que tenía que salir con los chicos, para ver si pescaba novio. Pero la Miseria le decía:
-¡Como quieres que alguien se fije en mí, si voy descalza por la calle y llevo un vestido lleno de remiendos!
-Quisiera pedir un préstamo de cinco monedas de plata -le dijo al encargado.
-Cinco monedas... ¿Y para qué quieres tú cinco monedas de plata? Ya sabes que sólo hacemos préstamos a aquellas personas que realmente lo necesiten.
-Yo las necesito para comprarle unos zapatos a mi hija dijo -Utzel-. Verá usted; si yo le compró unos zapatos a la Miseria, ella empezará a salir con chicos; y si sale con chicos, es seguro que se enamorará de ella algún joven apuesto y rico; y entonces se casarán, y me comprarán a mí una casa; y entonces yo le devolveré las cinco monedas de plata que me ha prestado.
Con este dinero fue Utzel a ver al zapatero don Sandalio. Hacía tiempo que Utzel había ido a verle para pedirle que le hiciera unos zapatos para su hija, pero don Sandalio, después de tomar las medidas de los pies de la Miseria, le había pedido el dinero por adelantado. En esta ocasión, Utzel le puso en la mesa las cinco monedas y don Sandalio revolvió su cajón en busca de las medidas de la Miseria. Quedaron en que el próximo viernes, don Sandalio les llevaría los zapatos a su casa. Utzel quería sorprender a su hija y no le dijo nada de los zapatos. Al mediodía del viernes, don Sandalio, como un reloj, llamó a la puerta de Utzel. Utzel estaba en la cama, matando moscas, pero al ver entrar al zapatero, se incorporó. La Miseria, por su parte, al ver el par de botines nuevos que llevaba don Sandalio en la mano, no pudo reprimir su gozo... y se puso a llorar como una Magdalena. Don Sandalio se arrodilló y trató de calzarla, pero no podía.
-¡Qué raro! -dijo don Sandalio-. Juraría que he seguido las medidas de tus pies al pie de la letra.
Utzel estaba anonadado. No se explicaba lo que había ocurrido:
¡Y yo que creía que lo pies de la Miseria ya no podían crecer más! Don Sandalio le preguntó:
-Dime, Utzel, ¿se puede saber de donde has sacado las cinco monedas de plata? Y Utzel hubo de contarle la historia del préstamo. -Eso quiere decir que ahora tienes una deuda -dijo don Sandalio. -Eres, por lo tanto, más de lo que eras antes... Antes tú no tenías nada, pero ahora tienes menos que nada, cinco monedas de plata menos que nada. Y ya sabes tú que cada vez que tú te empobreces, la Miseria crece. Crece su cuerpo, y crecen también sus pies. Por eso no le caben los zapatos. Todo ha sido por culpa tuya.
-¿Y qué puedo hacer? -exclamó Utzel, sumido en la desesperación. -Sólo hay una forma de que salgas de este pozo... Ponte a trabajar. Cuando trabajes, la Miseria disminuirá y sus pies con ella... hasta que llegue el día en que los zapatos que yo le he hecho le vayan a la medida.
La idea de ponerse a trabajar hacía temblar al pobre Utzel. Pero, ahora, al menos, tenía un ideal por el que luchar: los pies de su hija. Su trabajo sería la horma que los zapatos necesitaban. Padre e hija decidieron ponerse cuando antes.
Utzel encontró empleo de aguador. La Miseria fue a servir de criada. Por primera vez en sus vidas, trabajaban sin descanso. Tan ocupados estaban, que se olvidaron por completo de los zapatos... hasta que un domingo por la mañana, la Miseria decidió probárselos. Y, en efecto, le venían como anillo al dedo.
"No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy"
Isaac Bashevis Singer.
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