AYUDA EN UN APURO DE OTFRIED PREUSSLER

AYUDA EN UN APURO



Tomás Espantapájaros estaba muy orgulloso de su misión y del bonito nombre que le habían puesto los niños. 
Como se hallaba plantado en el centro del sembrado, se sentía como un rey. 

Su reino era el campo de coles. La multitud de pequeñas plantas eran sus súbditos. Se alineaban perfectamente ante él, en largas y rectas filas. Los observó lleno de satisfacción y pensó: 

-Mantendré alejados de vosotros a todos los gorriones, conejas y tordos. Hoy, mañana y siempre. Tan cierto como que estoy aquí y me llamo Tomás Espantapájaros.

Pronto volvieron a revolotear por allí los primeros pájaros. Pero no se atrevían a posarse sobre el sembrado porque Tomás estaba vigilando. Se posaban fuera de las lindes del campo renegando. 
-¿Quién será ése? -se preguntaban. -¿Estará mucho tiempo aquí? ¡Podía irse a freir espárragos! 

Tomás comprendía todas las palabras. Claro que él no podía hablar, pero entendía perfectamente todo lo que hablaban hombres y animales. Le hacía mucha gracia que los pájaros estuvieran tan irritados por su causa.

-¡Ojalá se fuera de una vez a su casa!
-¿Estará fijo? -¡Sería el colmo!
-El individuo parece peligroso. Pero no puede quedarse aquí siempre al acecho. 
-Claro que puede -pensó Tomás-. Ya os daréis cuenta. 
-¡Qué diablos! -gritó un pequeño gorrión al que la cosa le resultaba demasiado absurda-. Aquí hay algo que no cuadra. ¿Por qué no se mueve de ese sitio? ¿Estará dormido? -Habría que comprobarlo -opinó un segundo gorrión. 
-Ven -propuso el primero-, lo intentaremos. Siempre se puede salir disparado.

Tomás Espantapájaros vio cómo se acercaban los dos gorriones. Recelosos, iban avanzando a saltitos. Le hubiera gustado espantarlos, pero, ¿cómo? Ni siquiera podía mover la cabeza. Era un mal asunto. 
-No se fija en nosotros -piaron los gorriones. Habían llegado a estar a pocos pasos. 
-Llamaremos a los otros, ¿no te parece? 
-Sí, vamos a llamarlos. 
-¡Eh, vosotros! ¡Venid! ¿A qué esperáis? 
-Este tipo está ciego o sordo. -O las dos cosas. 
-El caso es que no hay por qué tener miedo de él. Los pájaros del lindero del campo levantaron el vuelo.

Tomás Espantapájaros vio con terror cómo llegaban volando. Pero, ¿Qué iba a hacer él? Estaba desamparado. No podía gritar, no podía dar golpes. 
Estaba allí mudo y rígido. 

-No soy más que un pobre diablo -pensó entristecido y avergonzado hasta el mango del rastrillo. Entonces ocurrió algo inesperado: hizo su aparición el viento. 

Sólo infló un poco los carrillos y los botes vacíos, colgados de los brazos del espantapájaros, empezaron a entrechocar. El ruido era fuerte y metálico, como si se derrumbara una montaña de cubos y de pucheros. 

¡Aquellos fue suficiente! Los pájaros se asustaron y echaron a volar. Los dos gorriones huyeron a toda prisa. En un santiamén había desaparecido la descarada pandilla. 

-¿Sabéis ya quién es el amo del campo de coles? -pensó-. Yo soy el amo del campo de coles. 

Otfried Preussler.

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