UN ALCALDE PARA EL DIABLO CUENTOS DE ANCASH
UN ALCALDE PARA EL DIABLO
Este era un tipo menudo e insignificante. Sus ojillos pequeños y parduscos se perdían en su faz morena y pecosa. Su boca de labios delgados y dientes ralos como de ratoncillo viejo, sonreían continuamente en una mueca siniestra y burlona que rezumaba licor.
Vestía generalmente un terno, tan lustroso ya por la suciedad de los años. A veces usaba unos lentes claros de cristales dudosos. Era ya viejo? pues no, pero su apariencia era de siglos.
Si su físico era así, su lado espiritual no se quedaba atrás. Era un tipo malvado, ladrón rodeado de ladrones, matón rodeado de matones, correvedile sin rival, enemigo número uno de la unión, acérrimo contrario del trabajo, la responsabilidad y la honradez. Su gozo mayor consistía en sembrar la discordia entre la gente honrada de su pueblo y no le importaba para ello utilizar a ancianos, niños y hasta enfermos.
Como ocurre siempre, este personaje Siniestro estaba siempre rodeado de una "piara" de "ayayeros", quienes participaban del producto de sus fecharías y se prestaban gratuitamente a toda clase de malos manejos en las diversas dependencias a dónde acudían, aduciendo preocuparse por su pueblo. Siempre incondicionales, pactaban con abigeos, narcotraficantes y toda persona de mal vivir.
Este tipo, era el alcalde de un distrito cualquiera de las serranías de nuestro país. Dueño y señor de su pueblo: al que manejaba, no honestamente como Ud. lo podrá ver. La gente del pueblo no decía nada y se aguantaba todo pues decían que este tipejo tenía un pacto con el diablo. Sin embargo en sus adentros todos lo odiaban, incluso sus ayayeros quienes le festejaban de "dientes para fuera".
Sucede que un día el alcalde fue visitado por la Muerte, pero apenas ésta lo vio sintió cierto asco y decidió jugarle una mala pasada. Efectivamente el Alcalde murió" y su alma se fue corriendo al Cielo, mas en la puerta había una pelea por no respetar la "cola". El Alcalde, acostumbrado a sobornar en la tierra a todo el mundo, se metió orondo y se puso adelante, pero en ese instante recibió un feroz puntapié en el trasero que voló por los aires y fue a caer en el mismísimo infierno en donde si recibió una calurosa acogida. Bellísimas mujeres le rodearon con sendas copas de licor y empezaron mimosas a verterlas en su ávida boca. Mientras tanto, un grupo de hombres lo desnudaban y prodigaban caricias groseras.
Al mismo tiempo hombres y mujeres con cuernos y trinches le propinaban hincones en todo el cuerpo que le producían horrendos dolores.
Por la puerta de una habitación contigua comenzó a deslizarse el fuego y a extenderse suavemente por el piso semejando una mullida alfombra. Ninguno de los presentes sentía calor pero nuestro personaje se achicharraba hasta la médula. Por un gigantesco aparato de televisión empezaron a pasar escenas de su vida en la Tierra. ¡Oh cuanto añoraba su vida anterior! el frescor de los campos verdes, la dulce sinfonía de la lluvia, el susurro de los ríos y arroyos, el trinar inocente de los pajarillas. El cariño de sus padres ya finados también y hasta el desdén con que le miraban su esposa e hijos, le parecieron la más grande maravilla. También apareció la escena de la fiesta en donde el Santo Patrono del Pueblo era llevado en hombros y nuestro aludido era el Mayordomo. Iba tan borracho, profiriendo improperios y siendo el hazmerreir de la gente, y ¡ahora lo notó! el Santo Patrono lo miró severa- mente, pero al mismo tiempo con cierto brillo de piedad.
Los tormentos aumentaron, uno a uno le fueron arrancadas las uñas y los dientes y cientos de gorgojos con cara de sus secuaces le soplaban al rostro trozos de fuego yagua hirviente. Una banda de músicos empezó a tocar un ritmo diabólico que le hacía bailar sin control sobre la candente alfombra. Gigantescas culebras bailaban con él y le tiraban chorros de licor hirviente a la boca y sus escamas convertidas en rutilantes monedas candentes se amontonaban incesamente a su alrededor y sacos inmensos de trigo, arroz, latas de aceite, calaminas, y otros, que en vida había acaparado, se apilaban sobre su espalda lacerada curvándola sin piedad ...
Nuestro alcalde lloraba sin consuelo, arrepintiéndose de sus malos actos. Una voz áspera se escucho y le advirtió que así iba ser su vida siglo tras siglo como "premio" ganado por sus acciones en la Tierra. ¡Y él, estaba tan consciente, que ni siquiera podía desmayarse!.
La muerte lo volvió a mirar y decidió darle unos años más de vida y se alejó. En eso le llamó furibundo el diablo en persona e increpó a la muerte, diciendo que el Alcalde era ya suyo y que ya no debía volver a la vida, era ya "un alcalde más para el diablo". La Muerte se limitó a mirarlo desdeñosamente y se alejó.
El alcalde sentía frío, mucho frío, frío en el alma, frío en el cuerpo y despertó poco a poco y se vio rodeado de gente y de bolsas y botellas de agua caliente y hasta una plancha a carbón con que le calentaban las frazadas.
Súbitamente lo recordó todo y se fijó en sus uñas y no las tenía y se palpó los dientes y no estaban allí, su cabello había desaparecido y todo su cuerpo era un lacerante despojo.
Pasaron los días y nuestro personaje empezó a mejorar. Pero... ¿cambiaría en adelante y sería una buena autoridad o por lo menos una buena persona?
En otro relato, mi querido lector, te contaré acerca de la interrogante de este relato.
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Este era un tipo menudo e insignificante. Sus ojillos pequeños y parduscos se perdían en su faz morena y pecosa. Su boca de labios delgados y dientes ralos como de ratoncillo viejo, sonreían continuamente en una mueca siniestra y burlona que rezumaba licor.
Vestía generalmente un terno, tan lustroso ya por la suciedad de los años. A veces usaba unos lentes claros de cristales dudosos. Era ya viejo? pues no, pero su apariencia era de siglos.
Si su físico era así, su lado espiritual no se quedaba atrás. Era un tipo malvado, ladrón rodeado de ladrones, matón rodeado de matones, correvedile sin rival, enemigo número uno de la unión, acérrimo contrario del trabajo, la responsabilidad y la honradez. Su gozo mayor consistía en sembrar la discordia entre la gente honrada de su pueblo y no le importaba para ello utilizar a ancianos, niños y hasta enfermos.
Como ocurre siempre, este personaje Siniestro estaba siempre rodeado de una "piara" de "ayayeros", quienes participaban del producto de sus fecharías y se prestaban gratuitamente a toda clase de malos manejos en las diversas dependencias a dónde acudían, aduciendo preocuparse por su pueblo. Siempre incondicionales, pactaban con abigeos, narcotraficantes y toda persona de mal vivir.
Este tipo, era el alcalde de un distrito cualquiera de las serranías de nuestro país. Dueño y señor de su pueblo: al que manejaba, no honestamente como Ud. lo podrá ver. La gente del pueblo no decía nada y se aguantaba todo pues decían que este tipejo tenía un pacto con el diablo. Sin embargo en sus adentros todos lo odiaban, incluso sus ayayeros quienes le festejaban de "dientes para fuera".
Sucede que un día el alcalde fue visitado por la Muerte, pero apenas ésta lo vio sintió cierto asco y decidió jugarle una mala pasada. Efectivamente el Alcalde murió" y su alma se fue corriendo al Cielo, mas en la puerta había una pelea por no respetar la "cola". El Alcalde, acostumbrado a sobornar en la tierra a todo el mundo, se metió orondo y se puso adelante, pero en ese instante recibió un feroz puntapié en el trasero que voló por los aires y fue a caer en el mismísimo infierno en donde si recibió una calurosa acogida. Bellísimas mujeres le rodearon con sendas copas de licor y empezaron mimosas a verterlas en su ávida boca. Mientras tanto, un grupo de hombres lo desnudaban y prodigaban caricias groseras.
Al mismo tiempo hombres y mujeres con cuernos y trinches le propinaban hincones en todo el cuerpo que le producían horrendos dolores.
Por la puerta de una habitación contigua comenzó a deslizarse el fuego y a extenderse suavemente por el piso semejando una mullida alfombra. Ninguno de los presentes sentía calor pero nuestro personaje se achicharraba hasta la médula. Por un gigantesco aparato de televisión empezaron a pasar escenas de su vida en la Tierra. ¡Oh cuanto añoraba su vida anterior! el frescor de los campos verdes, la dulce sinfonía de la lluvia, el susurro de los ríos y arroyos, el trinar inocente de los pajarillas. El cariño de sus padres ya finados también y hasta el desdén con que le miraban su esposa e hijos, le parecieron la más grande maravilla. También apareció la escena de la fiesta en donde el Santo Patrono del Pueblo era llevado en hombros y nuestro aludido era el Mayordomo. Iba tan borracho, profiriendo improperios y siendo el hazmerreir de la gente, y ¡ahora lo notó! el Santo Patrono lo miró severa- mente, pero al mismo tiempo con cierto brillo de piedad.
Los tormentos aumentaron, uno a uno le fueron arrancadas las uñas y los dientes y cientos de gorgojos con cara de sus secuaces le soplaban al rostro trozos de fuego yagua hirviente. Una banda de músicos empezó a tocar un ritmo diabólico que le hacía bailar sin control sobre la candente alfombra. Gigantescas culebras bailaban con él y le tiraban chorros de licor hirviente a la boca y sus escamas convertidas en rutilantes monedas candentes se amontonaban incesamente a su alrededor y sacos inmensos de trigo, arroz, latas de aceite, calaminas, y otros, que en vida había acaparado, se apilaban sobre su espalda lacerada curvándola sin piedad ...
Nuestro alcalde lloraba sin consuelo, arrepintiéndose de sus malos actos. Una voz áspera se escucho y le advirtió que así iba ser su vida siglo tras siglo como "premio" ganado por sus acciones en la Tierra. ¡Y él, estaba tan consciente, que ni siquiera podía desmayarse!.
La muerte lo volvió a mirar y decidió darle unos años más de vida y se alejó. En eso le llamó furibundo el diablo en persona e increpó a la muerte, diciendo que el Alcalde era ya suyo y que ya no debía volver a la vida, era ya "un alcalde más para el diablo". La Muerte se limitó a mirarlo desdeñosamente y se alejó.
El alcalde sentía frío, mucho frío, frío en el alma, frío en el cuerpo y despertó poco a poco y se vio rodeado de gente y de bolsas y botellas de agua caliente y hasta una plancha a carbón con que le calentaban las frazadas.
Súbitamente lo recordó todo y se fijó en sus uñas y no las tenía y se palpó los dientes y no estaban allí, su cabello había desaparecido y todo su cuerpo era un lacerante despojo.
Pasaron los días y nuestro personaje empezó a mejorar. Pero... ¿cambiaría en adelante y sería una buena autoridad o por lo menos una buena persona?
En otro relato, mi querido lector, te contaré acerca de la interrogante de este relato.
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