MADRE BENDITA SEAS ETERNAMENTE CUENTOS DE ANCASH
MADRE, BENDITA SEAS ETERNAMENTE
El auto corría presuroso por aquellos paisajes serranos que siempre me parecieron tan bellos, pero que ahora los veía grises y muy tristes.
En el interior, íbamos silenciosas mi hermana Diony, que acababa de llegar de Lima y yo. No teníamos valor para hablar, sólo de vez en cuando para consultar la hora y apresurar al chofer. Al ver el auto cruzar velozmente la gente nos miraba, pues también llevábamos un ataúd. Luego de seis horas llegamos y apenas paró el carro apareció mi cuñada Ida. Mi primera pregunta fue por mi madre y supe que ya no tenía esperanzas de vida. Estaba inconsciente.
El dolor me abrumaba y no recuerdo sino cuando cabalgábamos rumbo a la chacra, donde estaba mamá. Ibamos con mis hermanos Lito y Servino, me pareció verlos serenos y eso me ayudó y también me repuse.
Llegamos a casa y salió a recibimos Lily, mi hermana mayor. Entramos al cuarto de mamá y le abrazamos y besamos. Nos reconoció y a pesar de su voz inaudible nos habló y gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas. ¡Nos esperaba!.
Aquella noche se quejó mucho, pero no a gritos, sus gemidos. Eran dolorosísimos, pero casi imperceptibles. Sin embargo consintió que cantáramos y rezáramos. Mi hermano Ray le cargaba en la cama para aliviar en algo su dolor.
Mamá era una mujer muy valiente, su salud fue quebrantada durante toda la vida, pero ella siempre lo superó y así pudo criar, junto con mi amado padre también ya fallecido, a siete hijos. Luchó por nosotros en los duros trabajos de la chacra, para damos una educación y una vida diferente. Era muy respetuosa y prudente, es por eso que se hizo querer y respetar por yernos y nueras. Se ganó ese cariño porque supo ser madre para todos, no sólo para la familia.
Mamá era de buen porte, más bien alta y espigada. Tenía una voz clara y potente y cuando era yo pequeña solía escucharla a cantar hermosos villancicos y canciones escolares que aprendió de niña y aún ahora suelo repetir esos bellos sanes.
Era sumamente caritativa, iban a la par con mi hermano Lita. Todo el que llegaba a casa o pasaba cerca, primero tenía que comer para proseguir su camino y además se llevaba todavía algún presente. Al ver. esto, un día dije a mi madre, que a nosotros nadie nos prestaban esas atenciones en los lugares donde trabajábamos o residíamos de modo que ellos no deberían ser tan generosos:
Ella me respondió con toda sapiencia, que Dios daba para todos y que a pesar de las sequías y otros contratiempos nunca les faltaba que comer y que con mis hijos alguien haría lo que ella hacía con los demás.
Así era mi madre.
En la noche mis dos hermanos mayores: Lily y Ray, querían decirle que su ataúd estaba ya listo en el pueblo, pero yo me oponía tenazmente, me parecía que era como desear la muerte a mi adorada madre.
Pero ellos insistían, más yo no cedía.
Eran las cuatro de la mañana cuando la cargué para que Ray descansara un rato. Ya les dije que mamá era alta y yo un poco más baja no podía cargarla bien y la tenía incómoda, pero ella no se quejó. Toda esa noche nos llamó a todos sus hijos uno a uno. Le contestamos que estamos aquí. También llamo a papá y a sus hermanos ya fallecidos y para mi algo inexplicable, llamaba también a su padre, quién falleció cuando ella contaba escasamente seis años.
Mamá iba a cumplir los ochenta. Tenía fiebre y pedía agua a cada rato.
A medida que amanecía, mamá estaba más lúcida, su voz se tornó clara y las fuerzas le volvieron.
Ya completamente consciente repetía una y otra vez - "ya no, ya no tantos años" A las seis de la mañana ya todos se habían levantado y en el gran dormitorio sólo quedábamos mamá y yo. Por la puerta entraba la luz, en eso mamá por su propio esfuerzo se incorporó y se sentó y con voz clara y natural me dijo: "vamos ya". Le conteste, a dónde y ella respondió "a la cocina".
Todas las luces del mundo se prendieron en mi ser. ¡Mamá tenía hambre! y eso significaba que se estaba recuperando. Contuve el aliento con la emoción más intensa, le pregunté: - ¿tienes hambre? Y ella como sorprendida me respondió algo que mientras viva jamás lo olvidaré: -"no, para Uds."
¡Dios Mío! ¡Oh Madre Santa! Aún en horas de tu agonía, a escasos minutos de tu muerte, estabas pensando en damos de comer. Estabas consciente que estábamos allí reunidos.
¡Oh Dios Mío! Tan grande es el amor maternal, tan infinito, que aún en la hora final está pensando en alimentar a sus hijos, que prodigio divino.
¡Oh Madre Santa, bendita seas!.
Por breves segundos me hice miles de reflexiones sobre la grandeza de Dios, al damos una madre quien es su continuidad en la tierra.
Reaccioné, cuando como ensayados entraron mis hermanos: Líly, Ray, Diony y Lito. Se acercaron a la cama y empezaron a hablarle y ella, como si estuviera sana contestaba a todo. Le preguntamos si quería rezar y dijo que sí. Así lo hicimos, porque era muy católica.
Yo tenía aliado una linterna, la enfoco a la cara de uno de mis hermanos y le pregunto quién es y responde correctamente, enfoco al otro y también acierta, enfoco a otro entonces me da el nombre pero dice que no le ve la cara. Ya la visión le abandonaba por momentos.
De pronto se pone a llorar al recordar sus años de orfandad, pues quedó huérfana muy tierna.
Lily toma la palabra y le dice que no es una huérfana, pues tiene siete hijos que la quieren y que jamás la han abandonado, que, nada le han hecho faltar: ni medicinas, ni alimentos. Mamá sigue llorando y dice que no tiene nada que legarnos, que es muy pobre, sin joyas, ni animales, ni dinero. Quizá estaba pensando en su padre que fue uno de los hombres más ricos de mi tierra.
Entonces yo le contestó que ya a hecho mucho por nosotros, nos ha dado su vida, su trabaja, amor, ejemplo, consejos. Nos ha educado, vestido alimentado y esa es la mejor herencia; que no interesa lo material, sino su amor infinito. En eso pregunta por su único hijo ausente: Toña. Me apresuro a responder que ya no tarda en llegar pues Servino ha ido a darle alcance. Ella sabe que
Toña no llegará y llora y nos recomienda no olvidarnos de él. Y así nos da muchos consejos e indicaciones. Nos echa de menos a cada rato, pero es curioso no llamo a Lita. Es que ella sabe que él está a su lado, pues ese mi hermano auxilió a mis padres toda la vida, aún sacrificando su propia felicidad y eso mamá lo sabe más que nadie.
Nuevamente Lily y Ray insisten sobre el ataúd y yo entre indignada e intrigada les pregunto la causa ese interés. Recién ellos me dicen que hacía días, ya grave, mamá les había rogado le compren su ataúd.
Al saber eso les digo que le avisen y así lo hacen.
Mamá quedó callada por unos segundos y luego dirigiéndose a Ray, su hijo más querido, le agradece y le bendice. Recién comprendo que el ataúd era su gran preocupación, pues un año atrás vio fallecer a su hermano y lo vio tres días sin ataúd, pues para mi pueblo hay que llevarlos de Huaraz o de la costa.
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