LOS MISTERIOSOS OJOS TURQUESA DEL CALLEJÓN DE HUAYLAS CUENTOS DE ANCASH

LOS MISTERIOSOS OJOS TURQUESA DEL CALLEJÓN DE HUAYLAS


La historia nos dice que las Vírgenes del Sol, eran bellísimas mujeres escogidas para ser dedicadas al sol y que ellas vivían en el Acllahuasi, rodeadas de comodidades y cuidados.

Entre estas vírgenes había una, la más bella y la más joven, que soñaba con ser libre y conocer otros mundos. Su inquieta imaginación traspasaba las paredes del AcIlahuasi y se perdían en el infinito.
Quizá la Luna, esposa del Sol, celosa de la belleza de nuestra joven virgen, le franqueó las puertas del AcIlahuasi.
El hecho es que se vio de pronto caminando por las calles empedradas del Cuzco, libre como el viento, tal como lo deseara.
Día a día caminaba contemplando ansiosa las flores, los árboles, los cerros, los ríos. Sus menudos pies la llevaban presurosas, le llevaban a escalar montañas y recorrer quebradas y sus sedosas manos acariciaban a cuanto animal se acercaba a contemplar su hermosura.
En su largo caminar llegó a donde es hoy el bellísimo Callejón de Huaylas (Ancash - Región Chavín). Cansada del viaje se sentó a orillas de un río apacible y sonriente, era el Santa, y se lavó los ágiles pies. Al levantar los ojos contempló maravillada las cumbres nevadas y entre ellos resaltaba el coloso Huascarán. Quiso llegar hasta él y caminó y caminó y al fin llegó al pie del gran gigante. Lo contempló reverente, lamió sus nieves eternas y bebió las purísimas aguas que manaban por sus grietas, con sus labios encarnados besó su suelo y brotaban flores de belleza misteriosa, como por ejemplo la rima - rima y las orquídeas.
El corazón de la más joven y bella Virgen del Sol, quedó prendado de estas tierras. Desde entonces día a día recorría estos parajes maravillosos, amándolos más y más.

Por las mañanas cuando el Sol derramaba sus dorados rayos, ella los esperaba para peinarse en el espejo cristalino de las lagunas verde azules.

Tal era la contemplación que sentía por la naturaleza que vivía plenamente sus días, durmiendo en los campos y comiendo los frutos espontáneos de hierbas y arbustos, sin extrañar jamás las comodidades del Acllahuasi. Para ella el tul de las nubes era su velo, el trino de las aves era la música Inca y el viento meciendo a los ichus interpretaban las danzas sagradas.
Un día llegó por donde es hoy el distrito de Cátac (Recuay) y se internó por el abra de Pachacoto, camino al hermoso Pasto Ruri. Le gustó tanto el lugar que decidió quedarse allí para siempre. Cada día amaba más al misterioso soldado erguido, armado de coraza de púas, que era la Puya Raymondi en floración y se sentía protegida por sus cerros nevados y el azulísimo cielo. Allí habían lagunas que le servían de espejos y estaban las huachuas y perdices que le servían de compañía y retozaban gozosas y libres.
Por esos parajes donde abunda el ichu, había pastoras y pastores. Estos últimos estaban enamorados de la bella joven, con ese amor serrano callado, distante, profundo, dulce y doloroso. Las pastoras por su parte la odiaban.

Para la joven Virgen ni unos ni otras existían, sólo la belleza y colorido de la naturaleza.
Una mañana al peinarse vio reflejarse en el agua su sin par hermosura. Vio sus grandes ojos verdes, verdes como las plantas que amaba y miró al cielo azul y éste maravillado le dio su color, tomando esos bellos ojos un extraño color turquesa más lindos y misteriosos que se hayan visto jamás.

Cada tarde jugaba con las perdices y patos en las pampas de pajonal. Una de esas tardes, sudorosas corrieron a lavarse, en eso una mano extraña empujo a nuestra Virgen del Sol, quien cayó al fondo de la laguna, ésta que también la amaba la aprisionó feliz en su seno, sin que las perdices y huachuas pudieran hacer algo para salvarla.

Desde ese día las puyas languidecieron, las nieves eternas se derretían, los pastores perdieron interés por la vida, el ichu se marchitó y las aves enmudecieron. Todo era desolación y tristeza. Al ver tanta desgracia, las pastoras arrepentidas confesaron al Sol su vil crimen.
El Sol, entonces secó la laguna y aparecieron los ojos turquesa de la Virgen del Sol, sorprendidos, misteriosos, profundos y purísimos que despertaron su admiración y reverencia. El dios Sol, magnánimo, sopesó las circunstancias y llegó a la conclusión de que la princesa jamás le había faltado el respeto, jamás mano humana la había tocado y jamás sus raros ojos habían mirado a mortal alguno. Su pureza estaba intacta. Entonces el Sol enternecido, convirtió esos ojos turquesa en dos puquiales de inigualable belleza, para mirarse todos los días y peinar sus dorados cabellos.

Este prodigio, amado lector, existe, está en el gran Callejón de Huaylas, camino al nevado de Pasto Rurí. Los lugareños lo llaman Pumapa Shimin, cuando más bien debería llamarse Pumapa Nahuin, pues fueron los ojos de la heroína de esta historia.
No olvides pedir al Guía de turismo que te muestre esta maravilla y estoy segura que verás los ojos turquesa misteriosos, asombrados, bellísimos e insondables, que te cautivarán y te invitarán a volver y no podrás olvidarlas y aún en tus sueños estarán presentes, tal es su embrujo.

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