LA VIRGEN DEL ROSARIO Y LA CEBADA CUENTOS DE ANCASH
LA VIRGEN DEL ROSARIO Y LA CEBADA
Hace muchos años la tierra era muy pródiga, bastaba con sembrar las semillas y con pocos cuidados (sin abonos ni insecticidas) las cosechas eran abundantes. Las papas eran un portento de color, olor y sabor; las arvejas y habas reían rebosantes en sus vainas y el maíz danzaba en los tiestos, al compás de avellanas y cohetes; el trigo, la quinua y la cebada daban granos grandes y relucientes.
Como la abundancia es madre del desperdicio, la gente no daba importancia a los sagrados frutos de la tierra y éstos eran arrojados sin consideración. Había granos de trigo, cebada, quinua etc. en los caminos campos, riachuelos, en la calor y el frío, pisoteados por los animales y barridos por el viento.
Un día los humildes granos de cebada se armaron de valor y formando una gran cadena pudieron llegar a los pies de la Virgen María y se quejaron de su sufrimiento en la tierra por causas del descuido de los hombres. La Virgen compadecida las tomó en sus manos santas, las acarició pasándolas entre sus dedos como si fueran cuentas y dicen que fue el primer Rosario que se rezó.
Al poco tiempo de este acontecimiento que los hombres desconocían pero presentían, la tierra fue asolada por una terrible sequía, las chacras no daban frutos, los hogares estaban llenos de miseria y vacíos de pan. Las sequías se repitieron año tras año. Muchos animales murieron, entre ellos las avecillas, así también mucha gente.
Los sobrevivientes se congregaban en las iglesias para pedir a Dios que les mandara las lluvias y que en adelante se comprometieran a cuidar los frutos y no desperdiciarlos jamás. Un domingo en la mañana, llegó a la iglesia un gorrión muy anciano, que por viejo conocía el camino al cielo, se encomendó a Dios junto con los hombres y emprendió camino para rogar a la Virgen a nombre de todo ser vivo, para que nuevamente mandara la lluvia, la cebada y todo los frutos.
A pesar del hambre, la sed y el calor el valeroso gorrión seguía avanzando, pero cada vez más despacio que también le pesaban las oraciones de los hombres que llevaba sobre sus hombros. Una tarde ya no pudo seguir más y allá lejos, en un angosto camino, murió. Pero la
Virgen María ya lo había visto y recibido su postrer gorjeo.
Los hombres a quienes aún les quedaban fuerzas fueron a recoger al gorrión mensajero y a pesar del mal tiempo, lo enterraron al compás de cinco bandas de músicos, en honor a los cinco Padre Nuestros del Rosario y piadosas ancianas llevaban cincuenta cestas de flores en honor a las Ave Marías del Rosario.
Ante esta solemne devoción, la Virgen María del Rosario se compadeció y envió las lluvias y con ella la cebada y otras simientes.
Es así que ahora los gorriones retozan en los cebadales y nunca olvidan dar gracias a Dios.
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